jueves, marzo 11, 2004

Llegaba tarde

Llegaba tarde, pasadas las ocho y media, y crucé el parque a toda prisa para acortar. Durante el camino la cabeza se me iba constante hacia Madrid, pensaba en España, la que se había montado. Las noticias aquella mañana en las cadenas norteamericanas, los titulares de prensa en primera página, las fotos de las ambulancias, nunca pensé que fuera a escuchar nada relativo a casa en Good Morning America. Entré con la cara roja por las prisas para fichar en la office como todos los días, ya estaban jurando la Plegde. Y fue un día de lo más rutinario, clases, corregir, gritar, subir las escaleras unas cuantas veces, bajar las escaleras unas cuantas veces, saludar al guarda de seguridad tantas veces como subes y bajas, el olor del lunch de los críos entre calor de pan de molde industrial y pasta de frijoles... Y pensando en lo de Madrid, en lo del país, en nuestro gobierno, y en el suyo. La Principal, con su broche dorado de la bandera en la solapa es saludada con reverencia mientras coincide conmigo en el pasillo. Todavía mantienen las pegatinas y carteles de "Recordamos" y "Dios bendiga America" en el hall. Dos y media, final de jornada, necesito comer algo. Llego a casa, me encuentro el ordenador conectado con las radios españolas, necesitamos saber algo.

SL: ¡Pufffff, qué día! ¿Qué tal?
JU: Nada, bien. ¿Te han dicho algo?
SL: ¿Si me han dicho algo de lo de Madrid, dices...?
JU: Si, me he traído el periódico, es portada.
SL: Nadie me ha dicho nada.
JU: Salimos en la tele, espera a ver...
SL: ¿Y a ti?
JU: No, a mi tampoco.

sábado, marzo 06, 2004

Las vegas I

Despeinados tras un vuelo con escala en Salt Lake City, ciudad con un extraño downtown dominado por un castillo feudal inmenso que resultó ser la gran catedral mormona, aterrizamos en el gran Valle de las Mentiras. La primera en la frente, que diría mi padre: máquinas tragaperras por doquier en todas las salas del aeropuerto, junto a los servicios, en las salas de espera, en las terminales, en las esquinas más recónditas de los pasillos, desperdigadas y/o agrupadas, dejando marcas en la moqueta del peso del dinero que alojan en sus barrigas, descubriendo así el sonido que nos iba a acompañar durante toda nuestra estancia: el de las máquinas escupiendo monedas en la hojalata, la melodía del dinero fácil.

"Las dimensiones de lo que hemos jodido en este país están más allá de cualquier explicación coherente".
HUNTER S. THOMPSON

Y así es como comienza nuestra historia. La segunda escena tiene lugar en el taxi, nuestro taxi driver tiene ganas de hablar, orgulloso nos señala con la visera de su gorra los Casinos, enumerando la capacidad hotelera de cada edificio: "El MGM 6.000 habitaciones, el New York 4.500, en este solar están construyendo otro que desbancará a todos los del país" Y ahí van otras perlas del mismo autor : "24 horas abierto, siempre, en las Vegas las puertas no tienen cerraduras" "Preciosa, eh? ¡Estáis en la Strip, babies!" "La fuente del Bellagio, gratis, cada quince minutos, muy buen show; los laser del downtown, gratis, buen show; el desembarco pirata en el Treasure Island, gratis, muy buen show; circo en la carpa del Circus Circus cada hora, gratis, buen show." La siguiente escena de presentación de tal personaje se podría centrar en la contundencia con la que agarró el billete de veinte dólares mientras arrancaba con fuerza y nos dejaba varados en frente del motel. Welcome to Las Vegas.

lunes, marzo 01, 2004

las Vegas II



La moqueta del Caesar Palace, una sinfonía de matices mármol y violeta, con el ángulo correcto engaña finalmente a nuestros ojos: "Aha, si, me parece estar viendo mosaicos". Ave Casino, los que van a perder te saludan. Nos recibe "El Colosum", la tragadenarios más grande del mundo, nueve pies de longitud y una palanca que se agarra con las dos manos. Recorriendo sus pasillos encuentras fotos de Sinatra, Venus de Milo de escayola, una calle de la Antigua Roma con cielo en constante atardecer. Vaya, una taberna romana con sonido hip hop y olor a cheeseburger. Mesas de juego, claro, y zonas de slot machines, también.

La moqueta del New York, New York, el entrelazado de la diadema de la dama de la libertad en dorado, ese motivo, en alegre clonado hacia el infinito. Reproducción de la gran manzana, con su barrio italiano, en el que cenamos, con su barrio chino, su puente de Brooklyn, sus edificios más significativos, su estatua de la libertad, el Bar Coyote con sus chicas cachondas taconeando en la barra...¿Cuál es la salida? ¿Por donde hemos entrado? ¿Hemos estado aquí nueve horas, doce o cinco minutos? Mesas de juego, claro, y zonas de slot machines, también claro.

La moqueta del Venetian, tipo renacimiento italiano, lo que creen los americanos que debían tener los Borgia bajo sus pantunflas en sus palacios. Frisos, frescos de... ¿seres mitológicos, o danzarines de corte, o damiselas del Quattrocento, con cara muy americana? ¿Qué hace el león de la Plaza de San Marcos..?¿Qué hace, mejor dicho, la Plaza de San Marcos aquí...? Los canales dentro de los pasillos, y gondoleros con góndola incluida, gondoleando el "Oh, Sole mio". Paseamos por Venecia con un cielo de eterno amanecer, desembocando en una plaza con fuentes tipo Piazza Navona, esta vez en eterno atardecer, con terrazas incluidas. Mesas de juego, claro, y zonas de slot machines, también, si, claro.

La moqueta del Circus Circus, ya no la recuerdo...¿Ronald McDonald borracho de whisky barato? Algo así enorme en una de sus entradas, el bombillerío mejor verlo por la noche, por el día se notan los parches de las carpas. Huele a viejo. Pasillos circulares en cuesta hacia una carpa enorme con trapecistas rusos, y un bar increible, que gira constantemente para que veas la panorámica de las familias gastándoselo todo al rojo, o al negro, o al verde, si hubiera. Es el bar-carrusel, te puedes tomar un burchito sentado en un caballito, que paradoja más deliciosa. Y es que así es el circo, hay que disfrutar del niño que llevamos dentro. Mesas de juego, claro, y zonas de slot machines, también, pues claro...

La moqueta del Luxor, motivos egipcios en amarillo limón y verde cesped recién segado, bajo la pirámide, las galerías de las habitaciones del hotel colgadas en las paredes en diagonal. No hay elevator, hay inclinator. Intentamos subir al inclinator, pero sólo es para huéspedes. De paso echamos unas monedas en el hall, bajo unas palmeras y una estatua de Ramses II. Las perdemos. Al salir, intentamos buscar la esfinge. No la encontramos. Al alejarnos, cansados de buscarla nos damos cuenta de nuestro error: estábamos debajo de una pata, y no podíamos apreciar su monumentalidad. Mesas de juego, claro, y zonas de slot machines, también, también...

Las moquetas de Las Vegas tapizan y tapan los agujeros del desierto. El lunes por la mañana los mortales trabajan, y Las Vegas se vacía de nuevo de jugadores hasta el próximo fin de semana.